lunes, 30 de junio de 2008

Amada mar salada

Desde que era chiquitín, desde que por primera vez oí los cantos de sirena, el ronco rumor de las olas, la mar, salada, verde y azul, me atrae y me ata. Y menos mal que adoro los inviernos y el frío, recuerdos del alma, de la tierra donde descansa la sangre de mis ancestros, tierra donde me crié, porque de otro modo, sin la mar, los largos inviernos serían eternos.
Aun así, siempre hago una escapadiña en lo mas crudo del invierno, en uno de esos meses que no resplandece el gran sol a algun pueblo del litoral gallego. Sentarse en la arena de la playa en diciembre, ver las olas que bailan y se ondulan rogando que vuelva pronto, o pasear por el puerto, o pasear cuando llueve y no saber que agua es la que te moja.
Despues de tanto tiempo, por fin volví a mi amada mar salada. Y siempre la misma sensación, desconocida, como si no la hubiera visto en la vida, y al mismo tiempo, conocida como si llevara toda una vida a su lado.
Ese momento en que uno se deja flotar, ese instante en que el tiempo se detiene. Sentir el sol en la cara, cerrar los ojos, las caricias del agua que pasa por encima con cada ola. El frío del agua que calienta el cuerpo, la ternura con que acuna en un suave bamboleo, ese sabor salado a mar.
Sentir que es ella la que manda, la que desea abrazarte para siempre. Ahhhh, quien pudiera dormir siempre en sus brazos, a merced de las olas, arrullado por el mar.

martes, 17 de junio de 2008

Un sueño

El alba, ese misterioso amanecer que me despierta día tras día me sorprende esta vez como nadie me había sorprendido jamás.
Me despierto en una habitación que no es la mía, en una casa que no reconozco, y por el olor que no es el de mi infancia sé que no es mi ciudad. Puede que ni siquiera mi sea patria chica.
Me despierto mecido en una hamaca, arrullado por la brisa marina y el tibio calor del sol en un bello paraje tropical. Exhuberante vegetación como solo la puede haber en el trópico, y ese suave rumor de fondo, canto de sirena de la mar. La mar, mi primera amante, que despues de verla y oirla por vez primera, me dejó prendado para siempre. A ella tengo que volver cada poco tiempo y cada una de las veces, le entrego una lágrima al acercarme y al alejarme de ella, y así será siempre.
Pero esta vez no es la mar mi amante. Acurrucada contra mi tengo a una bella sirena rubia de ondulados cabellos. Sus brazos me rodean tiernamente, y al mismo tiempo mas fuertes que ninguna cadena. Un intento de moverme hace que se enrosque mas y mas, apretandome fuerte para que no me mueva, solo al parar de moverme relaja la presión volviendo al suave abrazo inicial. Puedo ver como al verme rendido a ella esboza una pícara sonrisa de triunfo, "no te escaparás, eres mío, no pienses que te dejaré ir, porque ahora que eres mio, lo serás una vida entera" me dice.
Puedo notar todo su cuerpo tibio encima, como la mas tierna de las mantas que nunca me arroparon. Noto como enrosca las piernas y busca mis pies para calentar los suyos, tanteando con suavidad en sueños.
Por extraño que parezca, esta desconocida mujer es la que siempre quise. El ondular de su cabello, el tono dorado de su piel, un paraíso terrenal durmiendo placidamente en mis brazos. No puedo dejar de mirar esos labios, esa naricita, y apartarle el pelo de la cara. Entonces abre los ojos y me atraviesa el corazón. Los ojos que siempre quise ver, los ojos que quiero ver mirarme todos los días, los que recuerdo de mis sueños, los que conozco de toda la vida.
... y entonces me desperté, hay días que es mejor no levantarse.